El san Pedro es un cactus realmente curioso, pues dentro de la famosa lentitud de crecimiento de esta familia de vegetales es el que desarrolla de forma más ágil, llegando a crecer más de 20 centímetros en un año, y resiste un amplio rango de temperaturas, adaptándose a climas húmedos y a diversas alturas. Rompiendo los esquemas supersticiosos que aseguran que las cactáceas no gustan de agua, éste agradece lluvias abundantes, así como un suelo rico en nutrientes. (Tiene otro pariente espiritual más al norte, en México, el cual también gusta de poner en tela de juicio todo tipo de esquemas: crece bajo arbustos para evitar insolaciones.) Pero en este caso el san Pedro sigue la línea estipulada para los cactus: se eleva rápidamente hacia el astro padre buscando luz y calor, alimentándose más aún de sus rayos que del agua y los nutrientes de la tierra.
Al poder convertirse en un bebedizo mágico dispone también de estatus legal en nuestra civilización. No está perseguido su cultivo, ni su venta ni su compra; lo que está mal visto es su ingestión. Se puede encontrar en floristerías para utilización ornamental, e incluso en Sudamérica se utiliza para hacer cercos, pues aunque normalmente pierda las espinas en su madurez es tan prolífico y fácil de enraizar que allí hace la función de los cipreses aquí.
Si alguien quiere hacer de jardinero y dedicarse a la procreación de tan portentoso cactus hay dos maneras de multiplicarlo: por esqueje, o bien con semillas. El esqueje pilla rápido, y más si le ponemos hormonas para enraizarlo; si se parte de una planta ya ancha se tiene la ventaja de que sólo hemos de esperar a que se alargue, pero ya partimos de un ejemplar grueso. Es conveniente dejar un zócalo de 15 cm en el cactus original, pues de él saldrán más brazos y continuará creciendo. Antes de enraizar la parte cortada ha de esperarse que su sección se seque, pues en caso contrario podría generar putrefacción. La sombra en los primeros meses facilita el enraizamiento.
La procreación partiendo de semillas tampoco es difícil. Con un poco de dedicación germinan un 30% de ellas. Eso sí, deben observarse unos principios de seguridad para que todo no quede en nada. La tierra ha de ser arenosa, pues los cactus demandan un sustrato aireado y ventilado. No todas las bolsas que se venden en las jardinerías como sustrato para cactus son válidas. El sustrato ha de estar compuesto de una mezcla de arena, o perlita, de una granularidad parecida a la de la playa, más una parte de tierra fértil normal. Si no se dispone de tan mágico compuesto lo puede amalgamar uno mismo (quizás añadiendo una parte de turba para hacer todavía más amorosa la mezcla). La arena se puede obtener en la montaña, pues hay vetas de ella por dónde los geólogos aseguran que antes reposaba el mar. La que se utiliza en las construcciones vale también, pero deberíamos pedir permiso a los paletas para que nos presten un poco, ¿eh? Si tomáramos una arena de playa que tiene toda la pinta de haber estado tamizada por todo tipo de contaminantes modernos, convendría hervirla para desinfectarla un poco. Rellenando un tiesto con este compuesto maravilloso esparcimos las semillas por su superficie, sin llegar a hundirlas en ella. Regamos entonces con un aspersor (pulverizador) para no provocar inundaciones y otras catástrofes en la superficie. Al día siguiente se le da un toque mágico, y como si se tratara de un pastel la espolvoreamos con tierra fina, utilizando un colador para ello -en caso de que no moleste a los miembros de la familia-. Sólo añadiremos una capa de un milímetro de espesor, más o menos. Volvemos a regar un poco más y a los tres días, cuando ya se haya evaporado un poco de tanta agua, cubrimos los tiestos con un plástico transparente -para que se conserve la humedad y deje pasar la luz-. Un poco de calor no iría mal a la germinación: colocar el tiesto en un radiador suave puede ayudar a que las semillas germinen en una o dos semanas.
La época adecuada para la siembra es la primavera (nunca una vez entrado el verano, pues si tienen demasoiado calor posiblemente no germinará ninguna semilla). Al año siguiente podemos separar la maraña de cactus que hayan aparecido en el tiesto para trasplantarlos en tiestos individuales. La primavera vuelve a ser el momento adecuado para el trasplante de las cactáceas, tanto jóvenes cómo adultas. (Aquí vuelven a invertirse los patrones, pues en la mayoría de plantas la época adecuada para el trasplante es el invierno.) La mejor manera de hacerlo es con una cuchara, intentando mantener todo el juego de raíces de cada ejemplar en una porción compacta; para ello va bien hacerlo al cabo de unos tres días de haber regado la tierra, marcando con un cuchillo la zona de cada pequeño ejemplar con un corte profundo. También podríamos sumergir el tiesto en un recipiente con agua dejando que allí se disgregue la tierra y se desnuden las raíces de cada pequeño individual; éste método sería útil cuando el tiesto está muy poblado de ejemplares y nos es imposible realizar una separación con herramientas, pero tiene el inconveniente de que al quedar las raíces del cactus desnudas, éste tarda más de un año en recuperarse del susto y adaptarse a un nuevo hogar terráqueo y subterráneo. La solución para tiestos con un gran número de ejemplares es separar pequeños grupos de cactus y trasplantarlos en famílias, sin que esta convivencia comunitaria suponga ningún contratiempo para el feliz desarrollo de la planta individual. Un poco de sombra nuevamente es necesaria durante las primeras semanas de esfuerzo y adaptación.